La Habana puede ser así de pequeña, siempre que pensemos que para volar solo basta llevar un puñado de nubes en los bolsillos.
La Habana pesa cual monedas de cambio, el cambio fragmentado en nuestras vidas cuando decidimos cambiarla; unos por Madrid, otros por Miami, unos hasta por Sydney. De cualquier forma, ya nunca más el cambio será uno por uno. Hay quien ganó un futuro. Hay quien perdió un pasado.
La Habana abulta tanto como las llaves de lo Vedado, la llave que Cerró el Paseo, el simple andar por la Playa, mientras fueses cubano, que importa si fueses blanco o si fueses negro. OH! Si fueses negro; que importa entonces un 10 de Octubre. Las llaves del control, de la Regla a seguir que luego quebrantamos y suplimos por llaves de una Ciudad Libertad, sin importar dónde.
La Habana es el sudor salado en nuestras manos cuando hace frío, como el salitre de un muro muy largo con unas olas enormes.
La Habana es el polvo entre las uñas, el que mordemos a diario en nuestro miedo a vivir sin recordarla.
“En esta puta ciudad, todo se incendia y se va”
Fito Páez. Ciudad de Pobres Corazones.
De todas las ciudades del mundo, la más puta sin dudas ha de ser La Habana. Una puta con principios, como la doble moral con que ha vestido sus calles por más de un siglo, con sus ángeles y sus demonios. Puta iletrada y pitonisa, que supo ver que entre el 59 y el 69 hay algo más que una diferencia de 10 años, más que el placer oral de los discursos; hay algo más allá de una sugerente posición de cambio. El 59 dio fin a muchas cosas malas (como decía mi abuelo negro); en el 69, ya no había remedio…se iba de mal en peor. Puta capitalista o proletaria, en esencia, La Habana sigue siendo la misma ciudad.
Una ciudad zalamera que le ha abierto sus piernas a todo aquel que se anime a hacerla suya, a vivirla a pesar de tantos años de arquitectura congelada y medios básicos, pero sin venderse por ello al mejor postor. La Habana abre sus piernas a diario, para dar luz a una raza libre y esclava de su suerte.
La Habana de los habaneros. Un ser romántico, genéticamente comemierda que se queda a morir en su Habana, y aun en el exilio, libre al fin, muere irremediablemente preso de su ciudad, porque esta se hace indisoluble en la memoria.
La Habana es una puta venérea, de coito visual, de sensaciones más allá de la piel y el tiempo, sin ánimo de curas ni misterios, salvo los cientos de millones que la engendran.
Por eso lejos de ella, en otra puta ciudad, pero sin corazón como la mía, me atrevo a pensar: ¿Cómo será La Habana después de La Habana?
Quizás sea un lugar de reencuentro y esperanzas y recuerdos, de cuando solía ser tan fácil y difícil, tan joven y tan vieja, tan nuestra y de tantos, la muy puta.