Por todos los senderos de la noche han venido
a llorar en mi lecho.
¡Fueron tantos, son tantos!
Yo no sé cuáles viven, yo no sé cuál ha muerto.
Me lloraré yo misma para llorarlos todos.
La noche bebe el llanto como un pañuelo negro.
Hay cabezas doradas a sol, como maduras…
Hay cabezas tocadas de sombra y de misterio,
cabezas coronadas de una espina invisible,
cabezas que son rosa, la rosa del ensueño,
cabezas que se doblan en cojines de abismo,
cabezas que quisieran descansar en el cielo,
algunas que no alcanzan a oler a primavera,
y muchas que trascienden a las flores de invierno.
Todas esas cabezas me duelen como llagas…
me duelen como muertos…
¡Ah…! y los ojos…los ojos me duelen más: ¡son dobles..!
Indefinidos, verdes, grises, azules, negros,
abrasan si fulguran,
son caricias, dolor, constelación, infierno.
Sobre toda su luz, sobre todas sus llamas,
se iluminó mi alma y se templó mi cuerpo.
Ellos me dieron sed de todas esas bocas…
de todas esas bocas que florecen mi lecho:
vasos rojos o pálidos de miel o de amargura
con lises de armonía o rosas de silencio,
de todos esos vasos donde bebí la vida,
de todas esos vasos donde la muerte bebo…
El jardín de sus bocas, venenoso, embriagante,
en donde respiraban «sus almas» y «sus cuerpos».
Humedecido en lágrimas
han rodeado mi lecho…
secretas y alhajadas de anillos de misterio…
Hay manos que nacieron con guantes de caricia,
manos que están colmadas de la flor del deseo,
manos en que se siente un puñal nunca visto,
manos en que se ve un intangible cetro;
pálidas o morenas, voluptuosas o fuertes,
en todas, todas ellas, puede engarzar un sueño.
Con tristeza de almas se doblegan los cuerpos,
sin velos, santamente vestidos de deseo.
Imanes de mis brazos, panales de mi entraña
como invisible abismo se inclinan en mi lecho…
¡Ah, entre todas las manos, yo he buscado tus manos!
Tu boca entre las bocas, tu cuerpo entre los cuerpos,
de todas las cabezas yo quiero tu cabeza,
de todos esos ojos, ¡tus ojos sólo quiero!
Tú eres el más triste, por ser el más querido,
tú has llegado el primero por venir de más lejos…
¡Ah, la cabeza oscura que no he tocado nunca
y las pupilas claras que miré tanto tiempo!
Las ojeras que ahondamos la tarde y yo inconscientes,
la palidez extraña que doblé sin saberlo,
ven a mí: mente a mente;
ven a mí: cuerpo a cuerpo.
Tú me dirás que has hecho de mi primer suspiro…
Tú me dirás que has hecho del sueño de aquel beso…
Me dirás si lloraste cuando te dejé solo…
¡Y me dirás si has muerto…!
mi pena enlutará la alcoba lentamente,
y estrecharé tu sombra hasta apagar mi cuerpo.
Y en el silencio ahondado de tinieblas,
y en la tiniebla ahondada de silencio,
nos velará llorando, llorando hasta morirse
nuestro hijo: el recuerdo.
Mujer de gran sensibilidad y sensualismo, asombró a Montevideo y Buenos Aires con sus libros de versos. Contrajo matrimonio en 1913. Su matrimonio fracasó a los dos meses, y un año después, en 1914, murió asesinada por su marido quien se suicidó después.
Después de su muerte se publicaron dos composiciones más: El rosario de Eros y La alborada. ©