Alguien respira entre el silencio que guardo y la oración de la noche…
astillas de palo santo envejecen la madera,
y con la luz del día se verá el cansancio sobre la mesa gastada,
mis manos en la madera y la ilusión en mis manos… alguien respira,
tal vez sea mucho tiempo el que le dimos a esperar la historia,
tal vez no exista un solo libro que explique o cuente apenas la historia…
todo se quedó en los ojos, mi niña… todo, hasta las lágrimas de otros,
hasta tu risa de loca hermosa, mordiendo el sabor del vino y de los besos,
hasta mi gesto insensato de mirarte
como el que descubre el mundo en una mirada larga
perdida entre los espejos del destino…
nazco cada vez que vuelvo a ver detrás de tu sombra,
creyendo atrás de tu aliento, respirando…
algo como la locura me desliza por la espalda una caricia insoportablemente suave,
y me dibuja caminos con las uñas, como ríos… suave y descarnado trazo,
algo como la locura quiere llevarme a su ternura callada,
deja un secreto en la sangre y me lame las heridas,
como un animal sacándome el dolor del mismo hecho que duele,
como un beso de veneno para curar muertes largas
y devolverme al silencio donde temblé hasta dormirme,
donde nací hasta quererte,
donde enlacé la distancia a tu cintura para quedar enlazado como el viento,
como un vestido de flores a tu cuerpo,
como algo que te desnuda y no molesta…
tal vez sea mucha sangre la que le hicimos beber al alma,
tal vez no haya más que una razón para la vida… y ¡quién sabe!…
todo se queda en el pecho, mi niña… todo… hasta tus gritos de lluvia,
hasta tu canción de brisa,
y el indudable perfume de los jazmines durmiéndose en la mesa
donde se duermen mis manos…
Horacio De Stefano
Buenos Aires, Argentina.