FRAGMENTO DE MI NOVELA: “EL ENGASTADOR”- SAGA DE UNIVERSOS ALTERNATIVOS.

El paisaje de Anthara era una visión de ensueño. Ante mí se desplegaba un derroche de colores desconocidos, de tonalidades nuevas. La flora y la fauna de su entorno encogían mi corazón de extrañeza. No puedo decir todo lo que vi en nuestro paseo, nadie lo creería, pues pertenece a esa clase de recuerdos inconfesables.

Para cortar unas telarañas enormes que nos impedían el paso, el Soldado lo mismo se valía de cuchillos vegetales como de armas de piedra. Las raíces de algunos árboles crecían, sin pudor alguno, ostentadas al aire, rodeadas de barrancos castaños y obstinados que desviaban el curso de los saltos de agua.

La tierra por la que caminábamos era muy blanca, como salpicada de nieve, de una blancura resplandeciente que encandilaba la vista. Tomamos por la ribera de un río que corría, como memoria sin ojos, por un cauce de gran anchura, pues ocultaba a la mirada su otra orilla.

―Si lo deseas puedes bañarte en el río ―dijo el Soldado sentándose en un saliente de roca―. Tiene el agua templada.

―¿No vienes? ―pregunté mimosa.

―Prefiero ver cómo te diviertes ―contestó con una sonrisa.

Me fui adentrando en el río con precaución, pero al instante gané en confianza. El lecho era en extremo esponjoso, de una textura muy cómoda para el descanso de los pies. Nadé, de un lado a otro, sumergiéndome con coquetería, cada movimiento de mi provocación adolescente era pensado solo para los ojos del Soldado.

De pronto, el viento comenzó a soplar muy fuerte, casi que con violencia, levantando remolinos de hojas y desprendiendo ramas tiernas. Me quedé inmóvil, parada con el agua a la altura de mi cintura, mientras observaba los rizos acuáticos de la superficie del río. El viento pareció irse calmando de a poco. El Soldado aparentaba disfrutar con esta irrupción y presencia intempestiva. Entonces, frente a mí, comenzó a erguirse una escultura de agua con forma de hombre cuyo rostro era idéntico al del Soldado. Un brazo del elemento extendió una mano líquida hacia mí y me acarició dulcemente las mejillas. Luego, los labios de la escultura de agua se fundieron con los míos en un largo y húmedo beso. Mi primer y tan añorado beso. Sentí una sensación de placer tan grande, que casi fue dolorosa.

Cuando volví en mí, la escultura de agua se deshizo en un estallido de diminutas gotas que cayeron encima de mi cuerpo como una tímida lluvia. Mi mano, inconscientemente, acariciaba mis labios. Miré al Soldado que me observaba con los ojos brillosos, emocionado.

―¿Qué ha sido eso? ―pregunté avergonzada.

―El Rey ha venido a verte. Se ha materializado valiéndose del elemento agua ―dijo y sonrió.

―Yo nunca… ―dije y me cubrí mis senos, con ambos brazos, pues se transparentaban bajo la blusa de dormir.

―No tienes que hacer eso… estás en tu cuerpo energético, no en el humano.

―Pero ¿y la blusa? ―dije sin comprender.

―Cuando adquieras suficiente poder, verás que estás desnuda ―dijo conteniendo una sonrisa.

―Pero el rostro del Rey era idéntico al tuyo.

―¿De veras? ―expresó sin darle demasiada importancia al asunto, y se levantó de un salto―: Ahora, vamos, debemos volver. Está amaneciendo en vuestro mundo.

Tomada de su mano, y con los ojos cerrados nuevamente, volvimos a cruzar el horizonte de eventos hacia mi universo.

No podía olvidar aquel beso.
Se había grabado al rojo vivo en mis labios.

MARTHA JACQUELINE IGLESIAS HERRERA