Puede que la felicidad se esconda
entre las hendijas de esta hora
pulcra insobornable
que enjuaga las lágrimas de mi esqueleto.
Han revivido dentro de mí todos los relojes
y hoy me sobra tiempo para escarbar
las sombras del recuerdo.
Hablo del reino de la noche -oh noche,
descosida luz que desnuda sus gritos
para esconderse en la vanidad
de tus caderas.
Yo guardé cielos matutinos en tu vientre
una rama alta
entre la metáfora y tu entrepierna.
Trencé mis prisas
estrujé el pecho mínimo
tus pechos -digo- como tímidos puñales entre mis miedos.
Y desperté la selva deshabitada de tu cintura
y pude romper los muros del deseo
para vestir de orgasmos todos tus ayunos
como pétalos deshojándose ante mis ganas.
Justo donde desembocan los gritos epocales
frente al edredón de tu nombre
justo donde tu cielo y el mio se vuelven cauces
yo dibujé nuevas palabras en tus ojos
otras tempestades en tu boca
hasta sembrarme en tu abrazo de hembra fértil
y hallar una calma culta sobre mí
que me conmovió la sangre
y me sacó todos los otoños
de la memoria.
EDUARDO DANIEL GONZÁLEZ GÓMEZ