Cuando intuyo tu silueta entrándole a la ceguera de mis ojos,
ruge el viento,
el viento…
hermano de los senderos que da sentido a mis pasos,
y me vuelvo entonces posible de llegar hasta tu cuerpo.
Y soy semilla en tu vientre,
minúsculo germen de la geografía inconfesa
que me dibujan tus años,
que me dibujan tus años,
y soy esto,
un poco menos que nada,
un sacudón del espejo dándole muerte a la ausencia,
un arma de luz servida para hacer justa, paloma,
esa batalla que da sentido a mi vida.
Beso el cruce final de tu pulso y mi poema,
me arrodillo ante este sueño, y los beso,
como mismo doy el labio a la noche del encuentro…
y soy el verso en tus manos,
verso largo pa´ sentirte y que nadie más te sienta.
Una hebra de tu pelo se me hace toda la historia,
y es tan profunda como el surco que me dibujan tus lágrimas.
Acaso sepas.
Tu ignorancia me hablará de aparecidos y duendes
por las calles de tu vida,
pero son sombras de paso, mujer, nunca lo olvides,
serán mi excusa callada
para guerrear tu mirada -por la ruta de mi alma-
y hacerla mía.
Esteban D. Fernández
Del libro: «Desde la amante sombra».