Fue sagrada la lluvia que limpió de tierra los tristes huesos de los muertos,
simple barro, manojo de albardillas que florecen murmurando la canción
que levanta la brisa de los inconmovibles labios del follaje.
Y aunque no importe llover y aunque nos duelan los muertos… aquí te espero,
aunque mi alma se haga muro que erige lo invisible en las ladronas alas de la niebla.
Mujer…
el sol se me hace negro como una amenaza de cielo sin promesas,
se me duerme la voz en el descanso de tus manos… -con tanto que decirte-
pero he cerrado mi boca con tu beso y he cantado un himno de alabanza
para después del día en que dictarán los dioses su palabra, donde yo seré tú:
en la frontera sin descanso de la piel, en el aliento final del porvenir,
en la sombra del vidrio que devoró el azogue con un hambre de espejo
a medio concluir.
(Entonces me mirarás igual que la profecía de un paso
que se anticipa al camino aún no creado
y hurgarás en el corazón cerrado de la rosa con ímpetu de celo).
Qué importa una herida más
ni que te lleves a trozos mi país de luces insensatas…
si estoy para alumbrarte,
para convertirme en el cielo que te habita
y darte mi heredad de incomprensible geografía.
Aquí está la cantera de mi amor
para que con sus fragmentos construyas lo imposible:
mi cuerpo,
una ilusión,
el dolor filtrado por la lágrima que no te puedo dar con mi ser inmaterial,
mi propio vuelo condenado al ayuno del viento
donde soy impermeable al sacramento de la luz,
la cifra exacta de mi nacimiento
donde la cárcel de la noche rasgó sus velos a la luna,
o mi diáfana presencia que corta tu soledad con inocencia de cuchillo
(hasta sangrarla en sueños que aúllan con mi voz por todos tus rincones).
Qué importa que el mundo se haga fruto del misterio
para los que pretendan entenderlo…
si el sueño de las piedras es inmune a la caricia de tu lluvia
largo tiempo presentida y no puede morir,
si estás hecha de mí hasta el milésimo gramo de tu sombra
y llevas mi nombre como suma de fuego sobre el tiempo.
Mujer…
qué importa el vértigo de mirar hacia el futuro o la caricia ajena,
qué importa la casa vacía donde vuelves
o ese sendero por el que nunca llegas a la desmedida estatura del silencio…
qué importa que en tus ojos esté escrita la señal
o que nadie me vea, sutil, entre las líneas de tus manos.
Qué importa esto, aquello o todo lo demás…
si estoy aquí por ti,
si estoy aquí para alumbrarte.
Esteban D. Fernández
Sobre el autor: Yo soy un sueño, un imposible… vano fantasma de niebla y luz. Soy incorpóreo, soy intangible…