Era ella esposa de la distancia y los sustentos. Era una ausencia cómplice en el umbral de los días. Cautiva de sus miedos de lirios y margaritas blancas sembró las pulsaciones quebradas de sus lunas. Era él la savia intraducible de la costumbre. Traía un sueño sin nombre a cuestas un velero escorado
Virgilio nuestro de cada verso, testifica los nervios y la sangre, los tercos sudores de las almas sepultadas bajo los alaridos de la miseria. Luego palpa estos huesos azorados; di si son ciertos, si una fuga, si dos espejos valdrían el desabrigo de una muerte. Testifica esa grave penitencia de la voz para que las
Puede que la felicidad se esconda entre las hendijas de esta hora pulcra insobornable que enjuaga las lágrimas de mi esqueleto. Han revivido dentro de mí todos los relojes y hoy me sobra tiempo para escarbar las sombras del recuerdo. Hablo del reino de la noche -oh noche, descosida luz que desnuda sus
Entonces la soñé desnuda. Era fuego su piel y ardía entre mis manos como un delirio (luego supe dónde escondía los colores de la risa, dónde su mirada escarba y se detiene). Y le anduve los gestos, la voz, aquella anchura tallada en sus caderas… Y en una esquina del vientre le descubrí