Amor…
si no existieras
tendría que inventarte.
Pero… ¿cómo persuadir al Creador,
a su simiente cósmica
para un vientre mortal,
de hembra humana?
¿Cómo convencer a tu madre
de darte a luz para mí
diciéndole que una estrella se apaga
si no llegas al mundo
en el justo momento de esperarte?
Dulce brujo…
sigo las líneas de tus manos,
sus surcos,
sus contornos,
como quien sigue caminos por la tierra
que llevan a la verdad de un universo,
a su infinita esencia,
como si
en un parpadeo de tu noche
se entreabriera la palabra precisa,
y no un vocablo
con miedo a ser normal,
callado,
doméstico.
Amor…
si no existieras
tendría que inventarte.
¿Cómo podría ser yo sin ti,
dónde entonces el fuego,
dónde las ansias locas,
estas ganas,
dónde?
¿Cómo podría yo sonreír,
ser verdad,
reunirme conmigo,
hablarte?
¿Dónde quedaría el deseo
hijo de este deseo grande?
Amor…
si no existieras
tendría que inventarte.
Mi hechicero…
tu magia me da alas para ir hacia el mar:
allí,
donde escribí tu nombre
en cada gota de agua
y luego tendí la red
para atraparte.
Amor, si no existieras,
sería una mujer como otras tantas:
dócil,
resignada,
dama de amar con las cortinas puestas,
breve en la locura,
indiferente a las abejas y las flores.
Sí, porque si no existieras,
sólo haría la cama en las mañanas,
(no escribiría estos versos)
y perdería mi vocación de llama.
Sin duda, corazón, si me faltaras…
andaría por la ciudad con pasos cortos
sin sueños que pintaran
las calles destruidas,
no tendría una nube para alzarme
ni ilusión para vestir las dolencias
que reparte la vida.
Amor…
si no existieras
tendría que inventarte.
¿Cómo podría ser yo sin ti?
Dime, vida…
¿cómo?
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Del Libro: “Desearte en abril”