Llegado el momento, con el rostro enrojecido por el esfuerzo, el brujo acomodó el cuerpo de la mujer sobre los caparazones rugosos de los shirúi. Cuesta abajo, hacia la encrucijada del Pazco, cerca del Campo de los Muertos, las noticias iban y venían.
Sonajeando con una güira seca, Pelé comenzó a moverse en círculos alrededor de ella al tiempo que entonaba el canto:
Koyway kamakoq werakocha
Nokapaq kasganta
Muchuyrispa
Manaraq hatun llakita tarpushaqti
Yawamuywan
nispa
Fortalecida su potencia de mirar, y entre un humo de tabaco viejo, decidió que ella, a pesar de su avanzada edad, viviera para procurarse descendencia. Luego cogió un cuchillo y lo calentó al fuego.
—Hay que limpiar la sangre —murmuró mientras se hincaba de rodillas sobre un tronco grueso y cortaba la piel amoratada del tobillo de la mujer envuelta en fiebres.
Luego, con sumo cuidado, chupó y, apretando firme, escupió el veneno. Alzándose, por los caminos del adormecimiento, una mariposa amarilla, en una espiral de retroceso, sobrevoló los batientes ennegrecidos de la puerta del traspatio.
Distraído de sus reflexiones por los quejidos y la voz quebrada de la hembra, se dejó caer a su lado remembrando la boca de la cueva donde creyó respirar de alivio, los vientos asediados por lluvias que cruzan los altiplanos y hasta las cerrazones de los valles que envían sus existencias a través del enigma de todos sus secretos.
—Los dos lo vimos, Pelé —dijo la mujer en tono de reproche.
—Más allá de nosotros llueve todavía el agua triste de los muertos de sed ―apuntó el brujo sin mirarla.
—Lo que me debilita son estas visiones ―se quejó ella.
—Lo que te debilita es no llegar cuando tenías que llegar ―le reprendió.
—Si ya moriste de niño con tu abuelo… ¿por qué me salvas?
—No bajes tus defensas… mujer —arrulló el hombre mientras encendía las velas apagadas.
La sombra del brujo creció sobre la pared del fondo, hacia el sur. Allí, donde los niños tiraban las monedas de cobres viejas, cantando como adultos. La voz, fuera de la garganta, se ahogó en un gemido cargándose de ímpetus por las tablas astilladas del rancho.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
APUNTES DEL CUADERNO: «WENU KUSHE»