No es mucho el tiempo que se nos está permitido vivir… y hay para quienes llega a ser realmente efímero, pero no por ello, menos significativo y trascendental.
La historia que se narra tuvo sus orígenes tiempo atrás, y se desarrolló en un pequeño pueblo de campesinos, cuya opresión económica, política y social por parte de sus gobernantes iba acrecentándose cada día más; al punto, que se vieron en la necesidad de rebelarse exigiendo sus derechos, para lo que establecieron una serie de demandas.
Sordos eran los oídos de los gobernantes ante las peticiones de la clase pobre; esto hizo exacerbar el ánimo de los oprimidos causando una gran revuelta.
Mucha sangre tuvo que ser derramada antes de poder alcanzar un breve período de paz. Durante el mismo, se prometieron una serie de concesiones hasta que llegara el día de emitir un fallo definitivo en el juicio final.
Entre los fallecidos de este triste capítulo se encontraban los padres de un niño, de cuya frente emergió la luz más resplandeciente de este pueblo valeroso, cuyas hazañas fueron legadas de generación en generación, perpetuándose, de este modo, su arrojo hasta nuestros días.
Su nombre era Isacc; el único infante de once años en una población donde todos sobrepasaban los veinte y donde la rebelión había diezmado el número de hombres para siempre. Al quedar huérfano pasó el niño al cuidado de su abuela, una anciana de casi setenta años que había sufrido en carne propia los desasosiegos de la injusticia. Era Isacc de complexión endeble, tal vez, por esta razón, todos le llamaban cariñosamente Capullo. Duros fueron sus primeros años de vida y crueles seguirían siendo los instantes venideros.
Pero mientras tanto, ajenos al nuevo dolor que se avecinaba, aquellos habitantes siguieron su ritmo de vida habitual, aun cuando no tenían la garantía de obtener el trato justo por el que luchaban.
Munzer era el líder de la rebelión y el guía hacia la libertad de los campesinos. Isacc lo admiraba y, tras la muerte de su padre, Munzer se convirtió en su ídolo a seguir. La simpatía era recíproca pues el hombre encontraba siempre un tiempo para compartir junto a él la caza o la pesca.
Capullo junto a él henchía de felicidad y trataba de aprender todos y cada uno de los rasgos de su personalidad.
Un día, mientras cazaban, se detuvieron en los linderos de una laguna antes vedada. Munzer se acuclilló junto a él diciéndole:
— ¿Ves aquella línea que se pierde tras el horizonte? Algún día Isaac, esas tierras no tendrán dueños, la libertad se extenderá y nadie nunca más nos humillará.
—Munzer… ¿Y qué es la libertad? —cuestionó al tiempo que tomaba la misma postura del hombre.
—La libertad es la luz. Dime… ¿Acaso gustas de la oscuridad? —le preguntó mientras observaba el ceño pensativo del niño.
— ¡Pues claro que no me gusta! Sabes… a veces me da miedo —dijo abriendo los ojos.
—Entonces ya comprendes por qué es tan importante librarnos de la opresión. En ella viviríamos en una constante zozobra, con miedo a que nos quemen las aldeas, nos violen a nuestras mujeres, nos separen de aquellos a quienes amamos; por eso debemos luchar, luchar fuerte Isacc, para no quedar nunca bajo el yugo de la oscuridad.
— ¿Tú nunca temes? —interrogó el niño con una sonrisa en los labios.
—Pues claro que temo… temo que llegue el día de mi muerte antes de haber logrado que nuestro pueblo sea libre.
—Pero tú no vas a morir… ¿verdad? —dijo el niño con lágrimas en los ojos y apretando fuerte la mano de Munzer.
—Todos vamos a morir algún día Isaac, solo que unos marchamos antes que otros. Claro, casi siempre sucede cuando terminamos la misión que vinimos a cumplir en esta tierra.
— ¿Y cuál es mi misión? —preguntó con énfasis.
—Eso solo lo sabe Dios, hijo, pero no te preocupes, estoy seguro que la tuya es muy importante.
— ¿Cómo lo sabes?
—Lo sé por la estrella que brilla en tu frente.
—Nunca la he visto. Munzer… ¿Cuál estrella? —inquirió al tiempo que trataba de observar su rostro en la laguna.
—Aquella que te acompañará donde quiera que vayas y que solo verán los que te admiren y los que te teman. Fíjate cuando llegue la noche en el cielo. ¿Has visto cuántas estrellas hay?
— ¡Uf! Muchísimas. Nunca he podido terminar de contarlas.
—Pues bien, esas son las estrellas de los hombres y mujeres valerosos que han muerto físicamente, pero que las estrellas de sus frentes, han quedado ahí, al alcance de nuestros ojos para que sepamos que nunca nos han olvidado y que nos bendicen y protegen.
— ¿Entonces las estrellas de mis padres están ahí?
—Pues claro. Podemos identificar la de los seres que más queremos porque brillan más, así uno puede distinguirlas entre tantas. No todas centellean de la misma forma para todos. Ese es el secreto.
— ¡Ah! Ahora ya comprendo —dijo mientras miraba pensativo el cielo.
—Bueno… bueno, ven acá —dijo Munzer mientras lo cargaba sobre sus hombros —. Ya es hora de regresar.
— ¡Tan pronto! —exclamó tristemente Isaac.
—Tu abuela debe estar preocupada.
Fueron caminando despacio y en silencio. Munzer preocupado por la solución definitiva de los males y pesares de su gente e Isaac pensando con determinación en la misión que tendría asignada. Munzer le había dicho que era importante. Pero… ¿Cómo podría saberlo? ¿Acaso alguien se lo diría?
De pronto, Munzer quedó paralizado. Una columna de humo divisaron a lo lejos.
— ¡Le han prendido fuego a la aldea! —exclamó a la vez que bajó al niño a sus brazos y empezó a correr a toda velocidad.
Una vez cerca del poblado se escondieron tras los arbustos. Los campesinos trataban de resistir.
—Isaac… escúchame bien. Tengo que ir a pelear con ellos. No salgas de aquí por nada que suceda. ¿Entendiste?
—Munzer… —dijo llorando el niño.
—Es mi misión… la libertad, ¿recuerdas? Hay que matar la oscuridad —terminó de decir en tanto corría y volteaba su rostro por última vez.
Desde los arbustos Isaac lo vio pelear como una fiera al mando de los demás hombres. Al parecer, las mujeres habían logrado escapar para el refugio secreto que se había preparado cerca de allí previendo que fueran atacados. La batalla fue sangrienta. Ambas partes fueron prácticamente exterminadas. Los campesinos, en menor número, fueron derrotados. Cuando llegó el turno de Munzer el ensañamiento fue cruel. Vil y lentamente lo torturaron hasta su total ejecución.
Isaac no paraba de llorar. Un odio se acrecentó en su corazón y solo cuando vio que algunas mujeres, entre ellas su abuela, fueron apresadas, su llanto cesó. Entonces comprendió que ésta era su misión. Era el único hombre que quedaba y debía hacerles frente. Su corazón empezó a latir muy fuerte y pocos segundos le bastaron para estar completamente convencido de que había llegado su hora de actuar. No hace falta decir que inmediatamente lo aprendieron cuando salió de su escondite. Uno de los hombres lo amarró a una viga de madera. Empezaron a torturar a las mujeres pero ninguna habló. Tampoco nada dijo Isaac, aun cuando la impotencia y desesperación estrenaban su pecho. Solo cuando empezaron a golpear a su abuela gritó:
— ¡Asesinos! ¡Déjenla ya!… Abuelita… ¿estás bien? —preguntó desesperado.
—Si no quieres niño que la matemos ¡Habla ya! ¿Dónde se esconden los otros? —vociferó el hombre golpeando a la vieja.
— ¡No lo sé! —gritó Isaac.
— ¿Pues no lo sabes? Ahora veremos si es verdad ¡Habla mocoso! —dijo mientras comenzó a azotarlo.
—No sé… no lo sé —gritaba Isaac.
El hombre dio un puntapié contra el suelo y levantó una nube de tierra. Se oyeron los lamentos desesperados de todos entremezclados con los del dolor del niño quien sollozaba:
—No puedo ver… está oscuro… ¡Es la opresión!
Luego calló. Isaac comenzó a sentir la estrella brillando sobre su frente. Entonces comprendió. Munzer tenía razón. Su misión era proteger a su pueblo. Él sabía dónde estaba ocultos pero no hablaría. Los libraría de la opresión y del abuso. Seguramente podrían escapar y empezar la lucha por la libertad en nombre de la cual acababan de morir Munzer y los demás hombres. Entonces sonrió entre el dolor y el llanto para sorpresa de todos.
—Ya tengo mi misión abuelita… no llores si muero, podrás verme en el cielo. Mejor morir que vivir en la oscuridad.
No perdonaron la vida de las mujeres, ni la de su abuela, ni la de él. Pero aquellas, que escondidas en el refugio y ahogadas en lágrimas fueron testigos de la heroicidad de Isaac, lograron escapar y organizaron la rebelión más grande de la historia de nuestros tiempos, conocida como la Rebelión Capullo, nombre adoptado en honor del niño más valiente que ojos hubiesen visto jamás y porque fue encabezada por mujeres de cuerpos endebles como el del infante; pero cuyo coraje superaba con creces las debilidades de sus constituciones físicas.
Tras unos cuantos años de lucha, lograron al fin conquistar la luz que los iluminaría para siempre, y gracias a la cual cada noche en el cielo resplandecían con más fulgor dos estrellas: una grande y una pequeña cuya incandescencia la alcanzaba en brillo y siempre permanecía a su lado. Las estrellas de las frentes de Munzer y de Isaac.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera