A mi bisabuela Anastasia Petrovna.
—Mírame solo cuando dejes de verme —murmuró el Maestro al tiempo que se incorporaba y, desde su estatura, con los brazos cruzados, observaba los ojos de la niña parada en la orilla del río.
—Tupayachi, ¿es usted el Maestro Tupayachi? —preguntó Anastasia Petrovna desde las arenas en sombras.
—Yo seré —respondió el Maestro sin dejar de mirarla.
Una sensación de alegría se reflejó en el rostro de ambos; se descubrían por primera vez y, sin embargo, parecían estarse esperando con satisfecho cumplido, como recién salidos del misterio de las apariciones.
—Maestro… ¿cuántos años me lleva? ―interrogó la niña.
—500 años, hija mía —afirmó mientras cogía algo de su bolsa—. ¿Ves esta pipa?
—¡Yo sé quién lo ha matado Maestro Tupayachi! —exclamó Anastasia Petrovna apenas sin oírlo mientras se arrodillaba frente a él.
El Maestro sonrió.
—Quiero que la tengas… —dijo el anciano a la vez que colocaba la pipa en sus manos―. Llegará el día en que habrás de merecer, y entonces comprenderás que el conocimiento a veces es tan ciego como la ignorancia.
—Serán vencidos sus enemigos, yo se lo juro, Maestro.
— Juchuy allpa, sumaq allpa… Hazte amiga del viento y de los ríos imposibles. No disputes a nadie su espacio de existir. Y no dejes nunca de recoger armonías del aire ―le aconsejó.
—¿Cuándo volveré a verlo Maestro Tupayachi?
—Cuando observes sabiendo todo lo que es y todo lo que ha sido.
—¿Se negará al entierro, Maestro?
El Maestro cerró los ojos por un breve instante y se quedó en silencio. Parecía estar escuchando, comprendiendo los susurros del viento. Sin dolerse, como si no percibiera lo cerquita de la muerte, igual que obedeciendo un mandato de siglos, respondió:
—En las faldas del Cerro recomenzaré mi lucha y nadie habrá de callarla.
—Respire, Maestro… respire sobre la Tierra limpia. Cuando yo deje mi niñez, iré a buscarlo ―dijo Anastasia Petrovna.
Se oyó el eco de la voz disolviéndose entre los sobresaltos del agua. ¿El viento se detuvo?
El viejo Maestro dejó de fumar y, como si regresara del tiempo sin tiempo, acalló su visión extrayéndola en el momento justo, intacta, para que no se le fuera a malograr en su recuerdo.
Luego… sintió un bramar como de tempestad.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
APUNTES DEL CUADERNO: «WENU KUSHE»
Pintura de Lidia Wylangowska