cuando decae la tarde y las ausencias
regresan a mi estancia con más furia,
te agarro de la mano y te conduzco,
en oníricos periplos, por caminos agrestes.
de las que aún el final no se halle escrito.
(íntimos lugares acotados)
que pueden servirnos de refugio.
tan sólo porque ya por siempre sepas
que te guardo un cálido rincón junto a la lumbre.
que escuches el sonar de mi aliento cada noche,
que me digas esas cosas pequeñas:
las dudas que a ambos nos afligen;
las grietas con que el tenaz silencio
nos hiere y nos aleja;
los miedos, que son muros invisibles
que a veces nos separan;
los lazos que sujetan pero que no nos atan.
y nos hielen las venas los fríos del invierno.
que ya está haciendo demasiado frío
en el refugio incógnito en que se aloja el alma.