Por Víctor Morata Cortado
Murcia, 19 de mayo del 2016
Soy enemigo de los prólogos. Sólo en los últimos tiempos. Antes tenía un concepto diferente de ellos. Pero soy consciente de que un día éstos subrayaron mis textos bajo la impresión de otros a los que considero talentosos escritores. Por esa deuda pendiente tal vez y por la amistad que me une a quien me pidió que lo escribiera, este prólogo existe.
No soy poeta, aunque hubo un tiempo en que me consideraba escritor de versos y gasté cientos de palabras y un buen puñado de papeles en dejar constancia de ello. Eran tiempos en que vivía enamorado del amor, en que era un muchacho doliente al que las estacas se le clavaban una y otra vez en el corazón, agujereándolo como un castigo, agrietándolo hasta hacerlo pedazos o jirones o lo que sea. Destrozándolo. De mis enamoramientos, que exaltaban mis pasiones y turbaban mi percepción del mundo hacia colores vistosos, y de mis decepciones, que lo teñían todo de negro pesimismo, surgían mis versos. En esa montaña rusa de emociones y sentimientos que llenaban páginas y páginas como desahogo del alma. Pero no. No soy poeta. Sólo viví creyendo hacer poesía. Por eso me sorprende que se me haya pedido hacer esto. ¿Qué puedo decir yo de versos y rimas? Nada. Eso se lo dejo a los eruditos y entendidos. De lo que sí puedo hablar es de la evocación.
Cuando yo escribía poemas de amor y desamor no pensaba en la rima ni en intrincados artificios y estructuras, sino que me valía del sentimiento que se destilaba de sus versos. Lo que evocaba para mí y para otros era lo importante, porque en el propio vómito impulsivo de su creación veía yo la impronta de mis emociones. Sólo así veía fidelidad a la hora de traspasar la carne y la mente para depositar mi alma sobre el papel y que otros, acaso, lograran entender y vivir a través de mis palabras. Si hablo de todo esto es porque Esteban D. Fernández posee ese lenguaje visceral que nace de dentro y se instala con cierto dolor en la hoja en blanco, para llenarla de matices e impresiones nacidas de la soledad, la tristeza o la exaltación del amor, pero que pasan, además por conceptos más complejos que incluyen mitología, filosofía y religión.
Tiene el autor tendencia a perseguir sombras en sus versos:
No juegues a perderte dentro de tu sombra.
Del otro lado
También alcé mi voz inútilmente
ante el horror de ver el horizonte
faltándole al paisaje,
destejiendo su tinte en las esponjas
–las mismas–
que suprimieron el signo a mis preguntas
haciendo del fulgor astillas de cien sombras.
El loco
Yo he sentido lo distante de un día
deslizarse en la lumbre que enciende la nostalgia,
unas pocas visiones descifrar el misterio
por donde pasarás, aunque no vayas,
la sombra del ahora
creciendo en la mirada de lo que no permanece.
Lo distante de un día
deje escapar la sombra de inclemencia
del reverso de nuestro porvenir.
Visión en el umbral
Son sólo algunos ejemplos, pero se ve en ellos la terrible querencia del autor por esconderse en esa oscuridad, esa necesidad de huir del mundo y al mismo tiempo llegarse a él a través del amor. Porque ante todo se trata de una oda al amor por una mujer a la que a veces casi consigue alcanzar y, sin embargo, la mayoría ha de contentarse con la ilusión con la que se prendan los sueños Hay en Esteban una necesidad abrumadora de ser amado por esa mujer a la que le implora un acercamiento íntimo que vive del recuerdo a veces y otras del deseo. No faltan en la poesía del autor las referencias místicas, las alusiones al más allá y al mundo de los espíritus y el acercamiento a lo oculto.
alfabetos roídos por la invisible grafía
de arcanos imposibles.
Inscripciones en el tiempo
Ya todo es después den los conjuros…
tu vuelo fue soborno dos veces en lo inefable.
[…]
Tal vez sea imposible llegar al otro lado sin el oro del rastro que te dejaste aquí… entre la ausencia del que
parte desde su nacimiento a lo logrado…
Tu vuelo
Partir lejos del ruido.
Hacia el signo del monje.
Donde la tierra se hace seno
y raja el horizonte.
Irse de uno mismo
abandonando lo ilusorio de la forma. Fugarse de la carne inexistente
y del eje absurdo de los huesos hasta encontrarse con aquel
que puebla nuestro espejo.
Hacia el signo del monje
Ningún guardián en el umbral al rojo dio paso a lo perdido
en el brillo de la creciente noche;
pero alguien despliega la ceremonia del misterio
para erigir la llamarada tenida en lo invisible de todo poderío,
reclamo que viste de fortuna a los
desnudos del ahora oculto en la mirada del arcángel.
Inscripciones en el tiempo
En estos y otros versos se alude a la inutilidad de las posesiones materiales, al precepto religioso de que nada de lo que hay aquí en la tierra será llevado a los cielos, que todo lo que permanece y perdura no se cuenta en onzas de oro ni cuentas de diamantes. Sino que se trata de algo más sutil y etéreo. Así y todo, Esteban no puede evitar que de sus palabras se desprenda esa pátina de tristeza perenne, de oscuro pesimismo que se escapa aun cuando intenta alimentarse de ilusión y esperanza. En muchos de sus versos se ve esa tendencia de forma abierta, en otros sólo se puede intuir por el cariz que toman sus palabras o por la intención que llevan impresa.
Ni el alto muro de los huesos impedirá el derrame
de todas las hambrunas y miedos nacidos de tu sangre,
que sellan cualquier versión de ti donde exiliarte.
La parte de la soledad
¿De quién sino esas rosas,
marchitas, sin relevo,
en medio del estruendo de tu corazón
partido por el rayo de ese talismán
al que llamas pérdida de todo porvenir?
Lo distante de un día
Aunque cierres los ojos y veas más allá del recuerdo de entonces
es inútil no ver lo que la noche pacta
en tus dominios de triste acaudalada; porque hora tras hora se
multiplica la desdicha huésped de tus lágrimas,
y tus posesiones todas, se trizan como polvareda que el tiempo
levanta, demasiado evidente, en el desierto de existir,
enfrente del espejo que escribe el rostro de la desconocida
que ya eres para ti.
[…]
En un dolor a oscuras permanece, cautiva, la herida del adiós.
Del otro lado
Habitantes de la legión del más allá;
de los encadenados a la tierra
de los que no han de volver más
de los que no han venido aún.
Shamballa
¿Cómo nombrar el idioma de ese ángel perdido,
esa raza de infierno donde caes?
Exilio
Las referencias son abundantes a lo que hay de uno y otro lado, las miserias del alma humana y la tristeza del que se encuentra atrapado en un lugar que considera lejano de sus anhelos o que no le corresponde. Esteban D. Fernández atraviesa las puertas del mítico Shamballa lo mismo que abre las puertas del más allá o las del cielo y el infierno en busca de sus ángeles, los de uno y otro lado. Todo justifica su fin último, su prioridad que no es otra que la mujer amada, aquella a la que no pone nombre y que podría ser una o mil, ¿quién sabe en qué momento le sorprendieron estos versos y a quién iban dirigidos? Su prosa me recordó a mis lecturas juveniles de los poemas de Edgar Allan Poe y también aquellos otros de Charles Baudelaire, por intrincados y oscuros, por sufridos de amor. Pero ya advertí al comienzo que yo no soy poeta y seguro que las referencias del autor son diversas y mucho más variadas de lo que jamás lo puedan ser las mías. Así pues, concluyo diciendo que Recuérdame constituye un bello despliegue de versos a pesar de la nostalgia y melancolía que rezuman. En ellos uno puede recordarse lo efímero de la vida y la futilidad de todo aquello que durante ésta acumulamos. Esteban ensalza el amor por encima de todas las cosas, sea a través de la pérdida, el recuerdo, la tenencia o el anhelo, está presente en casi toda la obra. Conviene realzar su aspecto evocador. De rimas y asonancias yo no entiendo, ni de ritmos ni estructuras y puede que tampoco de belleza poética, pero he aquí que estos versos han evocado en mí todo aquello de lo que he hablado antes de llegar a esta última palabra.
Para visitar el blog de poesías: “Sueños al Pairo” de Esteban D. Fernández sigue el siguiente link:
http://www-dreams-alpairo.blogspot.com