por Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Desde España llega a Letraweb un escritor que admiro mucho: Víctor Morata. Tuve el honor de entrevistarlo por primera vez en el año 2008. Desde entonces hemos estrechado lazos de amistad recorriendo el fascinante mundo de la escritura. Dotado de una gran sensibilidad, Víctor siempre ofrece una mano amiga con la que contar. Ha sido para mí un apoyo invaluable. Hoy, trece años después, tengo la satisfacción de volver a entrevistarlo, esta vez a raíz de la publicación de su novela: «Siervos de la Guadaña», obra cuya lectura he disfrutado muchísimo y que me ha convencido de que Morata marcará una huella importante en el mundo de la literatura.
Sobre él podemos decir que es autor de más de 350 relatos cortos, 40 microrrelatos y 13 novelas. Ha sido ganador del VII Yoescribo de relato y finalista de otros concursos como el de Aullidos.
Ha publicado relatos en antologías de Tombooktú, DH, El País Literario y Holocubierta y también en fanzines literarios como el de Horror Hispano o La Gárgola.
Ha publicado en revistas como la argentina Insomnia o la madrileña Voces.
Ha participado en proyectos colaborativos como la novela de La historia de Almos.
También ha colaborado con reseñas literarias en páginas como Propera Parada: Cultura y La jungla de las Letras.
Siervos de la Guadaña es su primera novela publicada.
El placer es mío. Llevaba mucho tiempo alejado de las redes de forma activa y, ahora, he vuelto con energías renovadas.
En todo este tiempo creo haber ganado experiencia y madurez en mi estilo, capacidad de abordaje de nuevos proyectos y una visión más amplia de cuanto me rodea no solo a nivel editorial, sino también vital. No han sido años de reclusión vana, sino que ha habido detrás una (re)construcción concienzuda y un trabajo constante para mejorar y crecer y así poder llegar a donde deseo. Tal vez, por eso, también he perdido el miedo a enfrentarme a determinadas situaciones y personas y aprender a decir que no cuando es necesario. En general, sin embargo, creo que todo han sido ganancias, aunque no siempre las viera de ese modo y haya tenido que lidiar durante el proceso con muchos conflictos tanto internos como externos. Proceso, por cierto, que aún continúa.
JK: Hace poco que ha salido a la venta tu última novela: «Siervos de la Guadaña». Háblanos un poco acerca del proceso de su creación.
«Siervos de la Guadaña» ha sido una obra nacida de las entrañas y con un estilo al que me acerqué fruto de experimentos anteriores. Quería escribir algo cercano, sin ambages ni demasiadas florituras. Quería que fuese lo más crudo y directo posible, pero sin adentrarme en el sensacionalismo del que beben muchos medios de comunicación o ser demasiado visceral (literalmente hablando). De un tiempo a esta parte, aprendí que un buen plan siempre trae consigo mejores resultados y yo trabajo mucho como si mi nueva obra fuese una cebolla y tuviera que ir capa por capa. Primero creo un boceto simple y general de la novela. Luego lo desarrollo. En cualquier punto puede suceder que se caiga porque presienta que no funciona como novela. Después creo los capítulos, un boceto simple de una o dos frases y luego los desarrollo a conciencia antes de ponerme a escribir. Cuando comienzo a escribir ya sé, en un 90%, cómo empieza, se desenvuelve y acaba la historia y eso hace que pueda escribir de forma más fluida. Adquirir esta dinámica me ha llevado años de búsqueda y sé que no a todos les funciona y que no siempre es el modo más adecuado, pero, para mí, ha sido un descubrimiento maravilloso. Además del bocetado de la historia, también hago lo propio con los escenarios, los personajes, acontecimientos relevantes concretos, etc. Todo lo que pueda atar de antemano, lo ato tanto como me sea posible. Si bien, siempre hay momentos en que uno puede tomar otros caminos, creo que es muy útil saber cuáles son o, al menos, cuáles decido no transitar. Con «Siervos de la Guadaña» ha sido así.
JK: ¿Con qué personaje te sientes más identificado en «Siervos de la Guadaña» y por qué?
No es que me sienta identificado con ninguno de los personajes de mi novela. Considero que todos tienen algo de mí o yo algo de ellos, en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, todos han nacido de mí. Sin embargo, por el hecho de ser padre, quizá me siento más cercano a Eladio. Él es lo opuesto a mí en muchos sentidos, pero en lo que se refiere a conflictos, a veces se me parece demasiado. Me refiero a conflictos internos. La culpabilidad, la nostalgia, la sensación de insuficiencia o esa voz que te dice que todo está mal siempre y que no puedes hacer nada para remediarlo son aspectos que de forma exagerada han recalado sobre este personaje. Eso y su ansiedad reflejada en la comida. En eso también me parezco a él y por eso entiendo esa salida como una vía de escape. Así y todo, aquello en lo que más me parezco es quizá en el amor que profesa hacia su hija. Creo que he tomado mis miedos y les he dado la vuelta, he puesto a Eladio en la peor de las situaciones familiares dentro de mi imaginario de pesadillas y por eso siento simpatía por él. Y porque, durante mucho tiempo, me he sentido como él, un paria en una sociedad que se rige por principios moralmente cuestionables pero con capacidad para juzgar y sentenciar sin miramientos los errores de otros y no los propios.
Si te soy sincero, no lo sé. No tengo la más absoluta idea. Hace años era más optimista, un idealista que creía en utopías y cuentos de hadas, pero la propia sociedad y quienes viven en ella han provocado que cambie de opinión o, al menos, la matice al respecto. Considero que la riqueza y el poder están mal repartidos, pero eso no quiere decir que todo el mundo merezca ser inmensamente rico o todo lo contrario. Creo en el afán de superación y lucha y en nuestras capacidades como seres humanos. Si bien, para ser totalmente justos, sería necesario que todo miembro de la sociedad partiese del mismo punto, en igualdad de recursos y con las mismas oportunidades. Un equilibrio utópico por razones evidentes y que no todos aprovecharían de la misma forma. Creo que para cambiar esa marginalidad habría que empezar por cambiar el modo de pensar y empezar a vernos como un nosotros en conjunto en lugar de como partes diferenciadas de un todo. Por desgracia, si miramos hacia la clase política, que son quienes, motivados por los grandes empresarios, dirigen el país, podemos hacernos una idea de lo divididos que estamos como sociedad y lo difícil que se hace una reconciliación.
JK: Tu lanzamiento como autor viene acompañado de una nueva imagen distinta a la que estamos acostumbrados. ¿A qué se debe este cambio? ¿Qué impresión deseas transmitir a tus lectores?
En realidad no ha sido un cambio de imagen como tal. Esto deviene más bien de un proceso de aceptación y crecimiento, a la vez que de negativa a aceptar la imposición de otros. Es una tendencia social que se ve a menudo, lo de querer cambiar lo que nos incomoda para poder seguir disfrutando de ello a nuestro modo. Este soy yo y me ha llevado un tiempo aceptarme tal y como soy, ni más ni menos. Este cambio es el resultado de esa madurez y de asumir un rol definido por mí mismo y no por otros. Me ha costado mucho tiempo y esfuerzo poder llamarme «escritor» a mí mismo, más aún, hacerlo de forma pública, pero es lo que soy. Mi «Síndrome del Impostor» siempre está al acecho complicando esta transición, pero la sociedad misma no pone las cosas fáciles. El que más y el que menos trata de imponer sus normas y establecer como prioritario, cuando no único, su punto de vista. Es complicado desprenderse de lo socialmente «correcto» cuando llevas toda la vida mamando de ello. Te dicen lo que tienes que hacer, cómo tienes que vestir, qué tienes que comer o no, cómo tienes que actuar y comportarte… para al final darte cuenta de su hipocresía.
La impresión que quiero transmitir es la de seriedad y transparencia en todo lo que hago. Esta nueva imagen es un «mira, este soy yo, te guste o no». Digamos que antes «pretendía» ser un escritor con una imagen socialmente preestablecida según los cánones y ahora «soy» un escritor con la imagen que tengo, no la que otros quieren que tenga o esperan. No voy a negar que esto atiende también a fines de marketing, pues quería aportar un toque oscuro y, tal vez, tétrico, a mi figura como escritor, algo acorde con mis gustos artísticos y con lo que hago. En este sentido, Fátima Ruiz, que es una artista con unas obras fascinantes, me ha ayudado mucho a sacar ese lado más oscuro. No obstante, soy consciente de que el cambio es una constante y mañana puede que tenga otra imagen y otro modo de encarar todo esto. Y, aún entonces, estará bien porque habrá sido una decisión meditada y llevada a cabo por mí. No me gustan los cambios, pero tampoco me asustan.
JK: En los últimos años, ¿has implementado algún ritual a la hora de escribir?
Mis rituales han cambiado mucho a lo largo de los últimos años y uno de ellos, el más importante, ha sido el que compete al modo de escribir y enfrentarme a cada nueva novela o proyecto. Necesito tener todo lo más atado posible: personajes y su relación entre ellos, así como sus historias personales, escenarios, trama, desenlace. Además, me gusta escribir en soledad y en silencio. Cuando escribo, el mundo deja de existir y, si alguien interrumpe ese proceso y me saca de mi cabeza, rompe el foco y la linea de pensamiento y luego, aunque no tardo en reenganchar, puede que pierda algo importante en ese lapso. A veces me gusta poner incienso o el humidificador, otras, si no es escritura pura y dura (por ejemplo, durante los bocetos más simples), me gusta ponerme algo de música. En ocasiones también he usado música relacionada con lo que estoy escribiendo e incluso grabaciones con el ruido de fondo de una ciudad, un bar o cualquier otro escenario que pueda ayudarme a meterme dentro, pero no es lo habitual. De todos modos, mi mayor ritual es la rutina diaria y procurar no saltármela. Tener un horario es crucial para mí, porque me ayuda a estar centrado y sentir que avanzo. Por lo demás, no me considero un excéntrico de los rituales ni creo que haga nada bizarro ni fuera de lo común.
JK: ¿Qué aspectos significativos de tu existencia pueden observarse en tus últimas obras?
Es inevitable que la existencia de quien escribe se cuele por las rendijas de su escritura, aunque sea de forma inconsciente y a veces no se vea claramente. En mis obras suele haber siempre un trasfondo de esperanza y, aunque soy un tipo racional que siempre busca justificación a todo lo que sucede, también un poco de dramatismo vital. Porque la vida siempre nos sorprende, para bien o para mal, y hay que tirar de optimismo para seguir adelante y no hundirse en el barro. En «Siervos de la Guadaña» se respira ese optimismo desganado como un poso que perdura y mantiene la esperanza viva, pero en coma. En estos últimos años he visto morir a mucha gente, personas que me importaban y que amaba, y otras que mantenía vivas en mi recuerdo apenas por un hilo. Todas esas muertes han tenido su trascendencia y todas ellas son un mensaje claro de que nadie escapa a la muerte. El dinero y el poder pueden comprar tiempo y calidad de vida, pero la guadaña cae para todos tarde o temprano. Quizá ese aspecto, el de la muerte cercana y la asunción de su inminente llegada, sea el más observable en esta novela. En el resto puede que también, la muerte siempre ha sido un tema recurrente en mis relatos. Pero no el único. Cada escrito es hijo de su tiempo. Y cada tiempo está sometido a las circunstancias de su creador. Cada palabra, al igual que la muerte, tiene su hora.
JK: ¿Cómo te enfrentas a la página en blanco? ¿Algún consejo para los que transitan por primera vez este camino de la escritura?
Creo que a la página en blanco y la escritura en general hay que enfrentarse sobre todo sin excusas. La inspiración es algo que no acude a menudo, pero, como ya decía alguien, yo prefiero que me pille trabajando, escribiendo, así que no dejo que la hoja en blanco me domine o tenga el control. Si no me siento capacitado o inspirado, si hay más excusas que ganas, escribo sin más: ya habrá tiempo de corregir o reescribir más tarde. A veces, por raro que parezca, incluso con dolor de cabeza (que en mi caso es una excusa perfecta porque me inutiliza bastante) me he sentado a escribir y, después de todo, lo escrito ha resultado lo mejor que he hecho en días o semanas. Otras veces, sucede lo contrario y un día inspirado no hago más que escribir de forma inconexa o no encuentro las palabras apropiadas.
Mi consejo para aquellos que se adentran por primera vez en este mundo tan solitario y poco agradecido es que, si de verdad es lo que quieren, que no desistan, que no se rindan y que encuentren fórmulas para aprender, crecer y disfrutar escribiendo. Y no solo escribiendo. Escribir no es solo teclear o garabatear, sino todo el proceso desde que nace la idea como una semilla y va creciendo en tu cabeza, desde que bocetas las primeras palabras o surgen las primeras frases maestras, esas que sabes que tienen que encajar en alguna parte del relato. Escribir va mucho más allá de una tarde o unas horas sentado frente a la pantalla del ordenador, la máquina de escribir o un cuaderno. Todo empieza en la mente y sus tentáculos lo abarcan todo y están al acecho en todo momento. Si quieres escribir, déjate de excusas y hazlo. Lo mismo si no quieres hacerlo. Yo empecé creando relatos como ejercicio. Cogía tres palabras al azar del diccionario y un tema concreto y forzaba la escritura. Unas veces salía mejor y otras peor, pero algo salía siempre. De haberme cruzado de brazos en espera de las musas, no habría salido absolutamente nada, salvo una profunda e incoherente frustración.
JK: El acto de escribir lo consideras: ¿por inspiración o por oficio?
La inspiración es para quienes tienen talento y, aún así, muchos la desaprovechan. Yo no me considero ni un genio ni un escritor talentoso, por eso me gusta establecer mis horarios y mi rutina y evito, en todo lo posible, saltármela. Está claro que hay ocasiones en que no puedes eludir tus responsabilidades o surgen imprevistos, pero, en circunstancias normales procuro ser responsable con la obra que tengo entre manos. Se podría decir que el acto de escribir, en mi caso, es un 99% oficio y un 1% inspiración. Y, a veces, esta última necesita un empujoncito que consigo desconectando con el trabajo de otros, viendo series y leyendo, dejando que el arte de otros despierte algo en mí y motive mis ganas de crear. Es eso de que «el arte inspira al arte». Me ha pasado muchas veces que un cuadro, una fotografía, un pasaje literario o una escena de una película o una serie han despertado una idea, que no necesariamente estaba directamente relacionada, y he tenido que correr a apuntarla antes de que se me olvidara. Incluso me ha pasado con una conversación, como en el caso de «Siervos de la Guadaña», que nació de una charla casual sobre un videojuego que no conozco y al que nunca he jugado. Luego, si se desarrolla y llega a alguna parte o no, eso ya es otra historia, pero si no lo hago, la idea desaparece, por lo general, para siempre. Quienes han vivido ese momento conocen la sensación, el éxtasis de euforia repentina, la iluminación inesperada por la llegada de una idea que a priori se revela brillante. Se produce toda una catarsis que, bien conducida, puede llegar a parir una gran obra o, al menos, una decente.
JK: ¿Cuáles son tus proyectos futuros? ¿Alguna nueva obra en proyecto?
No me gusta hablar de mis proyectos futuros. Principalmente porque aún no tengo decidido cuál abordar y soy un poco maniático al respecto. Sí que diré que me gustaría reescribir una noveleta de corte juvenil que cree hace años para mejorarla y también terminar de escribir el tercer volumen de una trilogía que tuve que abandonar a medias porque me vi superado por la envergadura que estaba cobrando la obra y que no sé si me pillará algún día con las fuerzas y la capacidad mental para volver a abordarla. Por otra parte, tengo muchas ideas. Semillas no me faltan. Y van surgiendo más a medida que voy trabajando. Algunas son meras líneas. Otras ya tienen un borrador más extenso y un conato de worldbuilding, pero, por el momento, no hay nada cerrado sobre qué voy a hacer ahora. Como siempre, escogeré la idea que más me atraiga en ese momento y la desarrollaré para ver si me cuadra o no. Si pasa todos los filtros y fases, entonces tocará ponerse a escribir. También es cierto que, dedicándome en exclusiva a esto, el Síndrome del Impostor no deja de susurrarme que abandone y me ponga a hacer cualquier otra cosa más productiva y decente antes de que sea demasiado tarde y no son pocas las veces que he estado tentado de hacerle caso, porque, al final, las horas de aislamiento, los calentamientos de cabeza, el sacrificio y todo lo que implica económicamente parece no compensar. Pero bueno, de momento aquí sigo y no tengo intención de tirar la toalla. Al fin y al cabo, estoy haciendo lo que quiero, que es escribir.
JK: Si tuvieras que en unas pocas palabras darle un mensaje al mundo, ¿qué le dirías?
Si pudiera dar un mensaje al mundo y que este verdaderamente calara en las mentes de quienes me escucharan, les diría en primer lugar que no actuasen como unos cabrones egoístas y en segundo lugar que si tienen claro el camino que quieren seguir, que lo hagan y que persigan la excelencia, que lo hagan siempre dando lo mejor de sí mismos, sin joder a otros y, por supuesto, sin dejar que otros te jodan a ti. Siempre habrá celos y envidias, personas con el corazón podrido y egoístas que intentarán frenarte porque la luz les deslumbra y necesitan que su fracaso se extienda a otros para no sentirse inferiores (a veces por no haberlo intentado siquiera), pero no hay que olvidar que también encontraremos su contrapartida en toda esa buena gente que da sin esperar nada a cambio, que apoya y hace crecer y, por supuesto, que se alegra con los éxitos de los demás. Me encanta cuando un artista se alegra por los éxitos del otro, los comparte, los difunde con alegría genuina y, además, le motiva a crear también. El arte es alimento no sólo para el propio artista, sino para todos aquellos artistas que son capaces de apreciarlo. Así que el mensaje para el mundo es que creen y amen, que hagan lo que hagan, lo hagan con pasión. Da igual que sean artistas, lo importante es que lo que hagan les haga felices. Creo que mucha de la mierda que hay en el mundo es por culpa, precisamente, de la infelicidad. De ahí nacen el odio, las mentiras y las envidias. No vivamos jodiendo a otros, en cualquier caso, intentemos hacerles la vida más fácil. Así de sencillo. Basta con que lo hagamos de a uno. Ya está. Sed buena gente. Sed gente feliz.