Una mujer espera la muerte de rodillas.
Déjala que camine sobre el fuego,
que se sacuda la intemperie con tu abrazo
que te ordene las sombras en las esquinas
y ostente la cadencia de su talle.
No la detengas.
Una mujer viene despacio por los aires.
Déjala que se quite la bronca y los ropajes
que camine desnuda por tus ojos
que bese los cauces de tu alma
y enloquezca de incendio por las calles.
Una mujer ha entrado en mí como en la noche
es sangre de mi sangre
y blanca como el yeso.
Se viene derrumbando.
No la atormentes.
No la juzgues.
Déjala impregnarse de tu ausencia,
envolverse de tiempo y de distancias.
Esa mujer
lleva la bala de un sumerio en la mirada
para matar al insomnio,
y lame la fusta de su amo en el precipicio de algún llanto.
Es ciega de olvido.
Le crecen multitudes en las manos.
Esa mujer me reconoce.
Escribe mi rostro con la sombra del miedo
y quema como mi cuerpo
cuando se sabe acariciada por el beso de su hombre.
Se viene destruyendo.
No la sentencies.
No la entristezcas.
Esa mujer es imposible.
Se le quiebran los modos de amar en los conjuros.
(Un ángel la protege buscando migajas de amor en su ventana).
Muerde el polvo, aúlla como loba,
y escribe este poema que nadie leerá:
en mi nombre.
Martha Jacqueline Iglesias Herrera
Del libro : «Desearte en abril» (2018)